Aquí estoy presa en mi casa.
Oscar J. Franco O.
“No lo puedo creer, después de 40 años de casados, 3 hijos y 6 nietos, mi esposo y yo estamos a punto de separarnos. No es cuestión de que se haya acabado el amor, ni que no nos entendamos, ni nada que se le parezca. Sencillamente, yo no aguanto esta vida en este país y mucho menos en estas condiciones. Mi esposo le pidió a la empresa que lo trasladaran para acá. Ya tenemos casi 2 años y la rutina no cambia. Mi esposo sale al trabajo a las 6.30 a.m. y regresa a las 6 p.m., todos los días. Inclusive muchos sábados va la oficina. Los fines de semana esta cansado y a veces salimos, igual tenemos muy pocos amigos latinos y yo no hablo ingles. Estoy harta de estar metida en la casa, limpiando, lavando y cocinando. Esa no es la vida con la que yo soñaba para nuestra vejez. Así, que ya se lo dije: O nos regresamos o me regreso yo sola, pero yo vine para estar presa en mi casa’
El comentario lo oí, en la primera consulta que se me hizo para actuar como mediador, para ayudar a la pareja a buscar una solución al conflicto que me planteaban.
Por su parte, el esposo me comento que el había pedido el traslado porque la compañía en que trabaja, había recortado el personal en su país de origen. Las opciones eran venirse o ser despedido, después de 30 años de prestar servicios. Además, a prácticamente a todos los miembros de la familia los habían asaltado, inclusive con violencia. Afortunadamente, nadie perdió la vida, pero estuvieron a punto. El esposo enfáticamente me dijo “Yo no me regreso, si ella quiere que se vaya. La iré a visitar cuando pueda”
La decisión de venirse fue tomada en conjunto, inclusive con los hijos, pero la señora no se adapta a este estilo de vida, sufre de los duelos del inmigrante, causados por las pérdidas que comente en el número anterior de Conexiones. Específicamente, la pérdida de la identidad social, del paisaje, del idioma, de las amistades y familiares.
Cuando se toma la decisión de emigrar, se consideran factores básicos para la vida que se inicia en el nuevo país, tales como ingresos, seguridad en la salud, escuelas para los hijos, habitación y transporte. Sin embargo, no se analiza ni se toman precauciones, referentes a las alteraciones que sufrirán las relaciones personales, dentro y fuera del grupo familiar.
Específicamente, en el caso que hoy tratamos, tenemos a una persona, en la tercera etapa de su vida, quien de repente es trasladada a otro núcleo social, con el cual no tiene ninguna conexión. Dejo en su país a hijos, nietos, familiares, amigos y amigas de siempre. En fin, para ella su vida prácticamente se acabo.
Sobreponerse a los duelos que mencione arriba, no es fácil, pero no es imposible. Con voluntad y tesón se logra. No solo debemos pensar en lo que se perdió o dejo atrás, sino en lo que ganamos y tenemos por delante, en este país.
Cada uno de nosotros vive su propia experiencia. Quienes no trabajan tienen amplias oportunidades de ambientarse socialmente. No obstante, para integrarse hay que dominar el idioma. Para conectarse con este mundo hay que leer, oír y ver los medios de comunicación en ingles. Para sumarse a esta sociedad, es conveniente actuar como voluntarios a las numerosísimas asociaciones de beneficencia que existen en este país. Aquí las bibliotecas publicas son excelentes y gratuitas, en ellas hay cursos, seminarios, organizan viajes, clubes de lectura.
Claro esta, debemos mantener los nexos, lazos y obligaciones que nos unen a nuestros países de origen, pero no es conveniente anclarse en esas circunstancias. La señora del relato no esta aquí presa en su casa. Esta aquí, mentalmente presa en su país.
viernes, 7 de diciembre de 2007
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